Estaba sentado en una casa de té en una zona bulliciosa de la ciudad. Observaba cómo muchos hombres rohinyás regresaban de su turno matutino, descargando, desenvolviendo y transportando mercancías por las numerosas tiendas mayoristas del área.
La pequeña casa de té se encontraba bajo un techo improvisado de láminas de metal corrugado, sostenido por unas cuantas vigas de madera grandes y el tronco de un árbol enorme. Este era el lugar donde muchos tomaban su segundo desayuno o se detenían a beber té y mascar nuez de betel.
A mi lado, en la mesa, se sentó un joven. Sus mejillas estaban cubiertas con pasta de sándalo, o thanaka, como la llaman en Myanmar. Me sonrió, le devolví la sonrisa y comenzamos a conversar. Me presenté, y él dijo que se llamaba Hussein. En un inglés bastante bueno, me explicó que había llegado a Malasia hacía apenas cuatro meses, después de que su padre lo enviara desde Myanmar. ¡Solo tenía diecisiete años! Ahora viviría con su tío y trabajaría en una de las pequeñas tiendas locales para ganar dinero. “No pude terminar mis estudios”, compartió con tristeza en sus ojos.
El ejército había comenzado a reclutar jóvenes, incluso a hombres rohinyás, para luchar contra las fuerzas rebeldes en Myanmar. Hussein no sería el único joven que huiría del reclutamiento, como descubriría en las semanas siguientes. Miles de rohinyás han huido de Myanmar y muchos otros aún están en camino hacia Malasia.
- Pide a Dios que termine la guerra civil en Myanmar y se establezca un gobierno democrático y estable.
- Ora por los jóvenes rohinyás que están llegando a Malasia. No conocen el idioma y a menudo temen a las autoridades porque no están registrados.
- Ora por oportunidades de trabajo y educación para estos jóvenes. Ellos serán los futuros padres, esposos y líderes de la comunidad rohinyá en Malasia.
- Ora para que puedan encontrar a Jesús en este nuevo país.