
El pueblo Rohingya vive como refugiado en este país. Como tal, tienen acceso muy limitado al empleo, la educación y la atención médica. Las palabras que más escucho cuando los visito son “dolor” y “dificultad” al describir la situación de sus familias y su pueblo.
A pesar de su carencia, nuestros amigos nos recibieron generosamente en sus casas este mes para celebrar el Eid, el fin del Ramadán. Visitamos nueve hogares en dos días, y en cada casa había una gran olla de curry de res y platos llenos de pan plano y harina de arroz. Comimos juntos y fue una ocasión feliz; sin embargo, las dificultades de su vida seguían pesando.
En un hogar, un hombre sufrió una grave lesión en el trabajo y ahora no puede pagar un tratamiento adecuado ni mantener a su familia. Le compartí la historia de Jesús sanando al paralítico y oré para que experimentara la sanidad y el consuelo milagroso de Jesús.
En otro hogar, un padre lamentó que su hija pequeña no pudiera recibir educación aquí. Me preguntó: “¿Qué futuro hay para ella?”. Le compartí acerca de Ana, que confió su hijo a Dios como fruto de mucha oración, y cómo Dios respondió convirtiéndolo en un hombre que escuchaba y obedecía claramente.
Su voz. Mis amigos pasaron su “kushi din” (día feliz) de Eid lamentando sus circunstancias, y debo admitir que a veces me pregunto dónde está Dios en su dolor. Humanamente, parece improbable que experimenten alivio a su sufrimiento de este lado del cielo, pero oro para que lleguen a conocer la presencia del Siervo Sufriente junto a ellos.
• Ora por sanidad y provisión para los Rohingya con enfermedades o lesiones que les impiden trabajar y sostener a sus familias.
• Ora para que Jesús haga sentir Su presencia consoladora a los rohingya en su sufrimiento.
• Ora para que los niños rohingya crezcan aprendiendo a “escuchar y obedecer” la voz de Dios.